¿Por qué no se come carne en Semana Santa y qué significa esta tradición religiosa?
La llegada de la Semana Santa activa una serie de costumbres tradicionales entre los creyentes católicos, y una de las más reconocidas es la de no consumir carne, especialmente carnes rojas como la de vaca. Este hábito, fuertemente instalado en la cultura religiosa, suele observarse sobre todo durante el Viernes Santo, aunque muchas personas lo extienden a toda la semana.
Esta elección alimentaria no responde a una cuestión de salud ni de gusto, sino que tiene un fuerte anclaje espiritual. Está basada en una disposición de la Iglesia Católica que encuentra su origen en la antigua práctica del ayuno como forma de penitencia, purificación y acercamiento a Dios.
El gesto de renunciar a ciertos alimentos tiene un valor simbólico que remite al sacrificio, y en ese sentido, la carne queda excluida del menú. Esta tradición, que se mantiene viva desde hace siglos, se relaciona también con rituales similares presentes en otras religiones, donde el ayuno cumple un rol de introspección y renovación interior.
Considerado el libro sagrado por excelencia para el cristianismo, la Biblia refiere numerosas ocasiones en las que se practicó el ayuno. Ejemplos emblemáticos son los de Moisés y Jesucristo, quien, según el evangelio de San Mateo, pasó cuarenta días en el desierto sin comer.
Inspirada en estas enseñanzas, la Iglesia Católica dispuso como precepto la abstinencia de carne durante dos momentos del año litúrgico: el Miércoles de Ceniza (inicio de la Cuaresma, etapa de reflexión que dura seis semanas) y el Viernes Santo, fecha en la que se recuerda el sacrificio de Cristo. Sin embargo, muchos fieles extienden esta práctica a todos los viernes del año como gesto de devoción.
El motivo de evitar las carnes rojas no es casual: históricamente, estuvieron asociadas con la abundancia y el festejo, un contraste evidente con el clima de recogimiento espiritual que propone la Semana Santa. Estos días, para los cristianos, implican acompañar desde la fe el dolor que padeció Jesús durante su pasión y crucifixión.
El punto culminante de esta conmemoración se da el Viernes Santo, día cargado de significado religioso, en el que predomina el dolor, el arrepentimiento y la reflexión. A ese momento le sigue el Domingo de Pascua, cuando la comunidad cristiana celebra la resurrección y el inicio de una esperanza renovada.
A partir de 1966, la rigidez de estas prácticas comenzó a suavizarse. El Papa Pablo VI, tras las reformas del Concilio Vaticano II, promulgó la constitución Paenitemini, en la que señaló que la abstinencia de carne no era la única forma válida de penitencia. También podían practicarse otras expresiones como la oración y las obras de caridad. Esta línea fue confirmada más tarde por el Papa Juan Pablo II en el Código de Derecho Canónico de 1983.
El Papa Francisco ha reforzado esta mirada en distintas homilías. Según él, el verdadero ayuno debe ser interior, no solo una forma externa de sacrificio. “El ayuno no es solamente externo”, expresó, y advirtió que no tiene sentido realizar penitencias mientras se cometen injusticias. En esa línea, invitó a pensar en nuevas formas de ayuno: desconectarse del celular, apagar la televisión o evitar las críticas sin sentido. Una propuesta actual que pone el foco en la coherencia y en la transformación personal.
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